miércoles, 25 de enero de 2012

En la fiesta de la conversión del Apóstol san Pablo



     Llamado y enviado son adjetivos que se aplican a san Pablo. No perdió su temple y su carácter cuando se topó con Cristo, pero él sí cambió radicalmente. Si su arrogancia y su figura amenazante regían su pensar, cuando vio a Cristo –una luz hermosa, pero cegadora para quien no esté preparado para verla- su vida tuvo otro norte: llevar a Cristo, aunque el mundo se resista.
     Son de esos cambios milagrosos, radicales, que creemos que es casi imposible que lleguen. Y Jesús lo tenía previsto: “éste me es un instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel” (Hch 9,15).
     Si el apóstol Pedro se dedicó a los de su raza, el apóstol mereció el título de “apóstol de los gentiles”, pues dejó de predicar a los judíos para llevar el evangelio a los paganos. Dio el paso de Asia a Europa, predicó “a tiempo y a destiempo”.
     Sus 13 cartas que guarda el Nuevo Testamento siguen dando luz a la teología, a la predicación y a las almas. Es el “apóstol común”, pues también los que no están en comunión también lo leen y aprenden de él.
     Sancte Paule, ora pro nobis!

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