domingo, 6 de mayo de 2012

Lo propio de un sarmiento es dar fruto


     “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Mi Padre es el labrador”. Así comienza el capítulo 15 de san Juan que la Liturgia nos propone hoy en el evangelio de la Misa.
     Dios quiere que demos fruto, es claro. Piénsalo despacio: ¿cuáles son tus frutos? ¿Son sabrosos, rebosantes de vida..., o son agrios, malos, verdes...? piénsalo en tu caso concreto, que te lo está pidiendo Dios.
     Una de las páginas más bellas de la Sagrada Escritura es el del “Cántico de la Viña” de Isaías 6: una dulce queja de quien ha dado primero pero no ha recibido recompensa por su entrega.
     Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña. Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces? Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde. crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella. Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.

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