sábado, 8 de diciembre de 2012

En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

"Inmaculada Concepción" de Juan Antonio de Frías y Escalante.

     El pueblo cristiano se alegra exultante en esta celebración de la Inmaculada Virgen María, la “llena de gracia”, la tota pulchra, la panagia (toda santa). No han cabido en ella, por especial gracia de Dios, ni el pecado original ni un pecado personal.
     Felicitémonos, pues, por esta fiesta de nuestra Madre Santísima. ¡Felicitemos a María!
     El Catecismo (nn. 491-492) nos instruye de esta manera:
     A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).
     Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Cf. Ef 1, 4).

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