Algunos de mis libros para la biblioteca son tan venerables como éstos de la imagen. |
Para algunos, ¡vaya entretención!: revisar
libros para ingresarlos a la biblioteca del Seminario.
Estos días, en que ya vamos cerrando las
actividades propias de este año en curso, sobre todo en los asuntos académicos,
me he entretenido con un montón de libros –algunos, comprados; otros, donados-,
explorando el contenido. A alguno me ha tocado que ponerle una nota en la
primera página, para que el lector esté advertido del tono o el contenido.
Con los seminaristas que me están ayudando
a optimizar la biblioteca, nos hemos estado maravillando de tantos y tan buenos
libros que tenemos ingresados, fruto de tanto esfuerzo y de tanta ayuda.
Hoy, precisamente, estaba leyendo un libro
de literatura titulado “El Misterio de San Andrés” (Dante Liano), en donde
Roberto, el protagonista, se ufanaba de poder leer:
“A partir de ese momento, la máquina de
escribir se convirtió en propiedad mía. Para el alcalde, que yo hubiera
aprendido tan rápido era una demostración de portentoso genio. A veces llegaba
a mirarme escribir y se quedaba estupefacto ante el espectáculo que daban mis
dos dedos moviéndose en el teclado.
-- ¡Usté va a llegar lejos, Robertío! –-exclamaba,
admirado--. Ya me lo veo de presidente de la República.
(...)En el nuevo empleo, me entretenía,
como siempre, leyendo libros en las horas desiertas que eran las más, y
conversando con la gente que llegaba a pedir, en su mayoría, partidas de nacimiento
para los trámites más variados. (...) El alcalde me veía absorto en la lectura
y su admiración crecía. (...) Yo estaba tan contento con mi trabajo que pensaba
que podría haber sido secretario municipal toda la vida. El alcalde me tenía en
un altar (...), el maestro ya me había elevado a la categoría de interlocutor. Cada
libro que terminaba me hacía sentir lleno de nostalgias, me llenaba del gozo de
no ser un idiota perdido en un punto del universo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario