Éste era el lema episcopal de un obispo: Per
aspera ad astra, “por lo difícil, hasta los astros”, por las dificultades
se llega al Cielo. Esto es lo que nos enseña el evangelio de este Domingo: la
Transfiguración del Señor (Lc 9,28-36). Dejo paso a un suculento y provechoso
comentario, tomado de la “Biblia de Navarra”; léanlo, que les ayudará.
Jesucristo
con su Transfiguración fortalece la fe de sus discípulos mostrando en su humanidad
un indicio de la gloria que iba a tener después de la Resurrección. Quiere que entiendan
que su Pasión no será el final, sino el camino para llegar a la gloria. «Para que
alguien se mantenga en el recto camino hace falta que conozca previamente, aunque
sea de modo imperfecto, el término de su andar: del mismo modo un arquero no lanza
una flecha si antes no conoce el blanco al cual ha de apuntar (…). Y esto es tanto
más necesario, cuanto más difícil y arduo es el camino y fatigoso el viaje, y alegre
en cambio el final» (Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica, III, q. 45, a. 1).
Con
este milagro de la Transfiguración Jesucristo muestra también una de las dotes de
los cuerpos gloriosos: la claridad, «por la que brillarán como el sol los cuerpos
de los santos; pues eso afirma nuestro Salvador en el Evangelio de San Mateo: ‘Entonces
los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre’ (Mt 13,43); y para que
nadie dudase de ello lo aclaró con el ejemplo de su Transfiguración. A esta dote
la llama el Apóstol unas veces gloria
y otras claridad. ‘Transformará el cuerpo
de nuestra bajeza conforme al cuerpo de su claridad’ (Flp 3,21); y en otra parte:
‘Se siembra en estado de vileza; resucitará con gloria’ (1Co 15,43). El pueblo de
Israel vio también alguna imagen de esta gloria en el desierto, cuando el rostro
de Moisés resplandecía por el coloquio y la presencia de Dios, de tal modo que los
hijos de Israel no podían fijar en él su mirada (Ex 34,29; 2Co 3,7). La claridad
es cierto resplandor que, procedente de la suma felicidad del alma, redunda en el
cuerpo como una cierta comunicación a éste de la felicidad que el alma goza (…).
Pero no debe creerse que de esta dote participen todos en la misma proporción (…).
Porque, aunque todos los cuerpos de los santos serán igualmente impasibles, sin
embargo, no tendrán el mismo resplandor; pues, como dice el Apóstol, una es la claridad
del sol, otra la claridad de la luna y otra la de las estrellas, e incluso hay diferencia
en la claridad entre unas estrellas y otras; así sucederá en la resurrección de
los muertos (1Co 15,41-42)» (Catecismo Romano,
I, 12,13).
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