domingo, 31 de octubre de 2010

Una lección de fe y fortaleza cristianas

Han sido años de amistad las que he tenido con esta señora. No diré de dónde es ni cómo la conocí. Ella no ha dejado de rezar por mí y de encomendar mis intenciones. No se ha perdido el contacto durante años.

Hace pocos meses, le detectaron un cáncer ya muy avanzado. Había ido a un médico que diagnosticó que no era grave: en escasos meses estuvo entre la vida y la muerte. Se ha sometido a tratamiento con los agravantes económicos. Al fin pude ir a visitarla: casi no la reconocí.

Entre otras impresiones, me contaba que el trato con Dios es de otra forma que cuando uno está sano. Además, me ha asegurado que el trato con Dios, llevando la Cruz, se vuelve más íntima. Me confesó –fuera del Sacramento– que ha tenido sus bajones de fe –¡como a cualquiera!–. ¡Qué entereza la suya! Tantos amigos que han ido a verla y han quedado removidos.

Además, me comentaba que una de las cosas que más le ha costado es dejarse ayudar, pues ha sido la que siempre ayuda a los demás. ¡Hasta eso hay que aprender!

Le he dicho: “estoy pidiéndole a Dios un milagro”. En fin, les pido sus oraciones por ella, para que tenga la fortaleza necesaria para llevar la Cruz que Dios le ha puesto.

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