Hace
escasos días recibí una llamada telefónica en que, tras presentarse, una
persona quería hablar conmigo, que cuándo le podía recibir. Tras preguntarle
sobre el motivo, me decía que quería dirección espiritual.
Hoy ha
venido. Mientras jugaban el clásico del futbol español, he conversado con mi
huésped. Él me había conocido hace algunos meses –poco me recordaba de él, pues
fue un encuentro fortuito- y, no sé cómo, le había quedado mi número de
teléfono.
En un “pis
pas” me contó su vida y milagros... ¡Con qué confianza me habló de todo! Desde luego,
por ser sacerdote, abrió su alma de par en par, buscando una solución para una
situación concreta.
Sin embargo,
los sacerdotes no somos hombres de soluciones –podremos sugerir cosas-, pero sí
podemos asegurar nuestra oración y encomendarlos en la Santa Misa, que es lo
más grande –y más eficaz- que se nos ha confiado.
¡Con
qué consuelo se fue el hombre! Dios lo bendiga y le ayude en su situación
concreta.
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