"Colas" largas para confesarse, en la Catedral de Sololá. |
¡Cuánto necesita la gente confesarse! Siempre lo necesita. Personalmente,
trato de acudir frecuentemente a la Confesión. Gracias a Dios, tengo asegurado
el tema, gracias a la disponibilidad de quien es mi confesor, a quien le
agradezco ese gran servicio que me presta de limpiar toda esa porquería que
empieza a juntar uno por dentro.
¿Cada cuánto me confieso? Lo dejo sin reseñar aquí, pero, gracias a
Dios, es frecuente. Me gusta considerar que, así como uno limpia su casa
frecuentemente ―no lo hace a cada año―, y gusta de vivir en una casa limpia ―a
nadie gusta vivir en un chiquero―, así también conviene hacer con el alma, el templo
del Espíritu Santo, la casa de Jesús. ¿Acaso nos atreveríamos a darle una casa
en ruinas al Señor? No es justo ni agradecido.
Hoy he sacado un buen rato (hora y media)
para echar una mano en las Confesiones en Catedral. Hubo un momento en que
estábamos confesando cinco sacerdotes, y no dejaba de llegar gente para
confesarse. ¡Y pensar que es un viernes ordinario de Confesiones! Por la tarde,
también tuve otro rato de Confesiones.
Me alegra haber ayudado a acercar a las
almas un poco más a Dios en este ministerio concreto.
Ábside de la Catedral de Sololá. |
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