Hoy se
han ido los seminaristas a sus casas, a visitar a sus familias, por primera vez
después del ingreso el 6 de enero. Al acercarse este día han estado en
nerviosismo creciente. Es lógico: me recuerdo de cuando yo era seminaristas y
esperaba este día con anhelo.
Ellos
necesitan de este tiempo para hacer un alto y, dejando a un lado un rato los
libros, recargar baterías; también tienen que cumplir con su presencia en la
familia.
Siendo
formador en el Seminario Menor (2002-2003), me recuerdo de aquél “patojo” ―¿qué
habrá sido de él?― que, al llegar el día de ir a su casa en fin de semana, nos
dijo: “Padre, ¿me puedo quedar con ustedes? Estoy tan contento aquí”. ¿Desde
luego que le dijimos que no...!
Medio en broma, medio en serio, decíamos
que también nosotros necesitamos un poco de descanso. Hoy comentó uno de los
formadores del Seminario, que también pudo haberse ido pronto a sus compromisos:
“me quedé porque quería disfrutar de unas horas de paz en el Seminario”, además
de para trabajar un poco más sin distracciones.
Yo, intentando terminar con unos asuntos
que tengo pendiente, aunque con algo de sosiego. Ahora, a respirar con gusto el
oxígeno que los demás no están consumiendo en este lugar...
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